Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1436
Legislatura: 1891-1892 (Cortes de 1891 a 1892)
Sesión: 15 de enero de 1892
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 111, 3247-3250
Tema: Crisis ministerial del Gobierno

El Sr. SAGASTA: Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. SAGASTA: Señores Diputados, para desembarazarme de argumentos que a nosotros también se han dirigido, y que han salido de mi derecha y de mi izquierda, algo he de decir a los señores republicanos y al Sr. Nocedal.

A los señores republicanos les diré, en el tono más amistoso, puesto que no es mi ánimo producirles molestia ninguna, que, al creer que ellos pueden vencer con más facilidad las dificultades de la gobernación del Estado, y sobre todo, las dificultades de nuestro Tesoro y de nuestra Hacienda, en mi opinión padecen un grandísimo error, una completa ilusión.

No, no pueden resolver mejor que los monárquicos las cuestiones de la gobernación del Estado ni las dificultades de la Hacienda; y no porque los republicanos no sean tan buenos y tan inteligentes y tan patriotas como los monárquicos, no porque los republicanos no estén impulsados por los nobilísimos móviles que impulsan también a los monárquicos, sino porque los republicanos, como los monárquicos, son españoles y tienen los defectos y las cualidades de nuestra raza; y, Sres. Diputados, la Monarquía en los monárquicos atenúa sus defectos, porque con su sombra se calman sus pasiones, se atempera su impresionabilidad y se atajan, sobre todo, sus ambiciones; y con los republicanos, la República no sólo no hace eso, sino que fomenta, estimula, irrita estas cualidades, tan propensas siempre al movimiento, a la agitación, a la indisciplina y a la revuelta.

Por eso, siendo los republicanos tan buenos como los monárquicos, nunca podrán ser, a pesar suyo, tan buenos gobernantes como los monárquicos; y en mi opinión, las dificultades de la Hacienda, como las dificultades de la gobernación del Estado, se agravarían mucho más en manos de los republicanos de lo que están en manos de los monárquicos. (Muy bien.)

Me encuentro con el Sr. Nocedal, y ¡qué casualidad! parece una predicción, y por de pronto puede ser un aviso. Tras del Sr. Vallés y Ribot, el Sr. Nocedal; tras de la República, la reacción; tras de los republicanos, los? los íntegros. (Risas.) Pero al Sr. Nocedal, con quien me encuentro detrás de los republicanos, ¿qué le he de decir? Yo recordaré a S. S. y permítame este recuerdo, que los males de la Patria, que con tan sentido acento ha expuesto S. S. y que tanto ha lamentado, y para los cuales cree poseer el remedio que nosotros los liberales no tenemos, ¡ah! no existirían, Sr. Nocedal, si los antiguos partidarios de S. S., con las largas y malditas guerras, que provocaron en el país, no le hubieran empobrecido, embrutecido y ensangrentado, obligándole a gastar todo su vigor, todas sus energías, todos sus elementos en luchas fraticidas, en vez de emplearlos en el estímulo de la agricultura, en el fomento de la industria y en el adelantamiento de las ciencias y de las artes, y obligándole también a gastar los tesoros del porvenir, retrasando su adelantamiento en el camino del progreso, de la civilización y del bienestar más de medio siglo respecto a las demás Naciones del mundo. Pretender que los causantes de estos grandes males puedan tener derecho a acusar a los liberales de que no sabemos curarlos por la intensidad con que los produjeron, como broma, me parece pesada; como sarcasmo, sangriento. (Muy bien.)

Y habiendo concluido con los republicanos? (Risas.) No lo tomen a mala parte SS. SS. (No, no.) Habiendo terminado en este punto la cuenta que yo tenía con los señores republicanos y con el Sr. Nocedal, en las [3247] más breves palabras posibles y de la manera más cariñosa que me ha sido dable, voy ahora a entrar en el fin principal que me obliga a molestar la atención de los Sres. Diputados, aunque espero que ha de ser por poco tiempo; en primer lugar, porque después del elocuentísimo discurso que, al comenzar esta interpelación, pronunció en nombre de la minoría liberal mi querido amigo el Sr. Maura, poco, realmente, queda por decir, y porque además tengo prisa por terminar este debate, a fin de entrar pronto en otros más fructíferos, no porque este no sea necesario, sino porque quizás sean más fructíferos que el presente los que le han de suceder.

El objeto de la interpelación era examinar las causas que promovieron la última crisis ministerial, la formación del actual Ministerio y los actos de éste y del anterior. A estos tres asuntos han de ceñirse mis observaciones, y procuraré ser en cada uno de ellos lo más breve posible.

La última crisis ministerial ofrece irregularidades que no ha ofrecido ninguna otra crisis en España; ¡y cuidado si han ocurrido en España crisis singulares y extraordinarias! En primer lugar, desde los primeros días de Julio, no sólo estaba iniciada, sino que parecía que era indispensable su solución.

Todo el mundo creía que en aquella fecha el señor Silvela tenía el propósito decidido de dejar el Ministerio por el disgusto que le causaba ver cómo se iba estrechando la distancia entre el Sr. Presidente del Consejo y el Sr. Romero Robledo, y cómo ayudaban para que se realizase esta vehemente aspiración del Sr. Presidente del Consejo otros hombres importantes del partido conservador, que anhelaban, con mal disimulada impaciencia, la pronta vuelta del hijo pródigo al hogar paterno, de donde pocos años antes se había tan estrepitosamente escapado, según decía el mismo Sr. Silvela.

Todos creían también que, no conviniendo entonces al Sr. Presidente del Consejo de Ministros romper con el Sr. Silvela, ni exponerse a las perturbaciones de sus propósitos y buscado el aplazamiento de la crisis, y que el Sr. Silvela aceptó el aplazamiento hasta que pudiera salir del Ministerio sin quebranto de su prestigio; sin quebranto de su prestigio para sus íntimos, que lo que es para sus adversarios y para el país, bien quebrantado tenía ya S. S. su prestigio por sus actos en el Gobierno, en un todo contrarios a sus promesas, a sus compromisos, y, sobre todo, a su sentido jurídico.

Aceptó, pues, el aplazamiento de la crisis el Señor Silvela, y se quedó en el Ministerio; pero haciendo con su actitud y con sus explicaciones más daño al Gobierno, del que seguía formando parte, siquiera fuera para dejarle en breve tiempo, que sus mayores adversarios.

En esta etapa de la crisis ministerial (porque esta crisis ha tenido muchas etapas, que comprenden desde que el Sr. Cánovas del Castillo, no atreviéndose a afrontar la resolución de la crisis, propuso su aplazamiento, y el Sr. Silvela le aceptó, hasta que salió definitivamente del Gobierno), el Sr. Silvela y el Gobierno dieron un espectáculo verdaderamente bien poco edificante, sin que se sepa quién de los dos jugó peor papel, si el Sr. Silvela explicando la situación en desprestigio de sus compañeros y de su jefe, o el Gobierno autorizando la conducta del Sr. Silvela. Qué, ¿es que se puede impunemente estar en un Gobierno, siquiera sea para salir al cabo de poco tiempo, y censurar los actos de sus compañeros? ¿Es que puede un Gobierno tolerar que uno de sus individuos, mientras pertenezca al Gabinete, critique los actos de sus compañeros, y diga que no puede estar un día más en el Ministerio por no reñir batallas con sus compañeros y porque no puede aceptar la responsabilidad de sus actos? Repito que no sé quién merece más censuras, si el Sr. Silvela haciendo lo que hizo, o el Gobierno consintiéndolo.

Todo el mundo creía, por consiguiente, que el Sr. Silvela había iniciado una crisis esencialmente política, fundado en diferencias de criterio y en diferencias de apreciación sobre personas y cosas que influyen poderosamente en la marcha de los asuntos, y salimos ahora con que no es así; que el Sr. Silvela ha salido del Ministerio sola y únicamente para facilitar la vuelta al partido conservador del Sr. Romero Robledo, que ahora deseaba S. S. tanto, y que antes creía que no se podía realizar sin una larga expiación, la cual no podía tener término sino con una pública confesión de sus culpas, y sin la prueba, también pública, de un sincero arrepentimiento . (Muy bien.)

Ha sido, pues, la crisis esencialmente política; y sino, ¿a qué aquellos fieros intentos de los primeros días, atribuidos al Sr. Cánovas del Castillo y a sus amigos, y de que daba cuenta la prensa ministerial, de querer castigar al Sr. Silvela porque su empeño en salir del Gabinete podía causar un desperfecto en la situación? ¿A qué aquel intento de castigarle, dejándole que saliera solo, sustituyéndole con un personaje de segundo o tercer orden en el partido, y dejando para otra crisis la salida de los Ministros cuya muerte estaba de antemano decretada? ¿A qué tan excesivo rigor para castigar al Sr. Silvela, que, después de todo, no había hecho más que facilitar la vuelta del Sr. Romero Robledo al partido conservador? ¿Cómo se comprende rigor tan grande, no ya por cosa tan pequeña, sino lo que es todavía más, por favor tan grande como el hecho por el Sr. Silvela al Sr. Presidente del Consejo y a sus demás compañeros y a todo el partido conservador? Porque ahora resulta que la entrada del Sr. Romero Robledo era conveniente para los intereses de ese partido, y hasta para los intereses de la Patria.

¿A qué la salida del entonces Ministro de Gracia y Justicia Sr. Fernández Villaverde, que no estaba cansado, que sepamos, ni estaba enfermo, y que además no había tenido la desgracia de sufrir ciertos rozamientos y quebrantos que habían sufrido casi todos sus compañeros? (El Sr. Villaverde pide la palabra.) ¿A qué, también, por la sencilla salida del señor Silvela para facilitar la vuelta del Sr. Romero Robledo al partido conservador, una crisis total, la dimensión de todos los Ministros, incluso la del Presidente del Consejo, crisis que no se ha podido resolver más que con la renovación de poderes por parte de S. M. la Reina a favor del Sr. Cánovas del Castillo? ¿A qué, en fin, la salida del Ministerio de Hacienda del Sr. Cos-Gayón en vísperas de un empréstito que ya tenía iniciado, para hacer creer a todo el mundo que el señor Cos-Gayón era echado del Ministerio de Hacienda porque su gestión podía influir en que el empréstito que tenía entre manos saliera mal? De aquí el argumento de que hacía con mucha elocuencia, con la elo-[3248] cuencia que le distingue siempre, mi querido amigo el Sr. Maura: pues si la gestión del Sr. Cos-Gayón era mala hasta el punto de que se temía que en sus manos fracasara el empréstito, ¿por qué mandarle a otro Ministerio, y no a su casa, que es a donde van los Ministros que fracasan en la gestión de su departamento? Si no había ese temor, ¿por qué sacrificar al Sr. Cos-Gayón, tanto tiempo y por tantas veces Ministro de Hacienda en la dominación del partido conservador? A fe a fe, Sres. Diputados, que para como ha salido el empréstito, no había necesidad de sacrificar al mejor financiero, al primer Ministro de Hacienda del partido conservador, que al fin y al cabo, era de lo mejorcito que había en la casa. (Risas.) Después de todo, ¡desgraciado hubiera estado el Sr. Cos-Gayón, si los trabajos del empréstito no hubiesen salido mejor de lo que han salido! Yo tengo la seguridad de que, si S. S. hubiera seguido los trabajos en que estaba empeñado cuando el Ministerio de Hacienda salió, el empréstito hubiera salido mejor, y sino, se hubiera hecho, que aún había tiempo, aunque poco, para valerse de otra combinación financiera menos onerosa para los intereses del país.

Sacrificio fue el del Sr. Cos-Gayón, y además perjudicial, porque yo tengo la seguridad de que la operación financiera no hubiera salido tan mal como se ha visto. No había tampoco ninguna necesidad de llevar a S. S. al Ministerio de Gracia y Justicia, porque ni sus aptitudes, ni sus aficiones, ni sus estudios, le hacían especialidad indispensable en aquel departamento, y además, dadas las preferencias que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros dispensaba al Sr. Linares Rivas sobre todos sus antiguos amigos y compañeros, para él siempre leales y con él siempre consecuentes, en ese nuevo conservador tenía S. S. un Ministro de Gracia y Justicia obligado, puesto que, en su opinión, creyendo que aquel departamento le pertenece por juro de heredad, decía a cuantos le querían oír: "yo voy al Ministerio de Gracia y Justicia, o no voy a ninguno." (El Sr. Ministro de Fomento: Si en todo dijera la misma verdad que en eso S. S., poco crédito merecerían sus palabras,) Pues se lo han oído muchos a S. S. Ahí tenía, pues el Sr. Presidente del Consejo un candidato obligado, y no tenía necesidad de hacer el sacrificio del Sr. Cos-Gayón, que ha traído también el sacrificio del Sr. Linares Rivas, yendo a un Ministerio al que, por lo visto, no le tenía afición, o no le tenía tanta como al de Gracia y Justicia. (El Sr. Ministro de Fomento: Bien sabe personalmente S. S., que no se la he tenido jamás a ninguno.) Personalmente, no sé semejante cosa. (El Sr. Ministro de Fomento: Lo sabe S. S. cuando he rehusado formar parte con s. S.) No lo recuerdo. (Risas.-El Sr. Ministro de Fomento: El Sr. Moret está cerca de S. S., y será más imparcial que yo.-El Sr. Moret: No me doy cuenta.) Pero en fin, eso importa poco. (El Sr. Ministro de Fomento: Pero tiene S. S. obligación de ser más veraz.) Procuro serlo; pero de todas maneras, yo no afirmo las cosas que no haya oído a personas, que se las han oído referir a S. S., y que no sé si las ha dicho S.S. en el Parlamento. (El Sr. Ministro de Fomento: No lo he dicho jamás a nadie.) Pues yo he oído decir a varios, que S. S. decía que iba al Ministerio de Gracia y Justicia, o no iba a ninguno: pero esto, ya digo que importa poco.

Repito, que ahí tenía el Sr. Presidente del Consejo un candidato para el Ministerio de Gracia y Justicia, porque ya en otra situación desempeñó ese departamento, y esto le evitaba hacer el sacrificio del Sr. Cos-Gayón, ni de S. S.; porque yo tengo la seguridad de que le tiene más afición a Gracia y Justicia que a Fomento. (El Sr. Ministro de Fomento: Eso es otra cosa.)

Pero este sacrificio habrá que añadirle a otros muchos que S. S. ha hecho por esta situación, al sacrificio de continuar en el partido conservador después de haber entrado el Sr. Romero Robledo, porque también S. S. era uno de los que se oponían a la entrada del Sr. Romero Robledo en el partido conservador: y otro sacrificio es el estar a su lado después de considerar que el Sr. Romero Robledo es una nube de langostas, que lo arrasa y devasta todo por donde pasa. De manera que S. S. es un hombre verdaderamente sacrificado; y como el Sr. Romero Robledo haya tenido que hacer tantos sacrificios como S. S. para admitir la cartera de Ultramar y para estar al lado de S. S., son SS. SS. dos verdaderamente sacrificados. (Risas.) Y al ver estos sacrificios, ¿qué dirán los Danvila, los Sánchez Bedoya, los Cárdenas, los Domínguez, los Silvelas, y tantos conservadores antiguos y consecuentes, de los cuales ni siquiera se ha acordado su antiguo y siempre jefe, para siquiera imponerles algunos de esos sacrificios que tan a manos llenas ha prodigado?

Pero la verdad es, que con estos y otros sacrificios se ha llegado a formar un Ministerio verdaderamente inverosímil, en el cual no hay nadie en su puesto.

El Sr. Romero Robledo, apasionado, vehemente, batallador, que no sabe vivir sin luchar, y no vive más que por la política y para la política, en Ultramar. El Sr. Cos-Gayón, que casi nunca, aparte de sus conocimientos generales, se ha ocupado más que de asuntos de Hacienda, que ha dedicado todo su trabajo a la resolución de los problemas financieros, que era la especialidad rentística del partido conservador, en Gracia y Justicia. (El Sr. Ministro de Gracia y Justicia: La décima parte que a los trabajos jurídicos.-El Sr. Montilla: En el Parlamento, no. - El Sr. Ministro de Gracia y Justicia: En el parlamento y en todas partes.) No hay más diferencia que una; y es, que la especialidad que S. S. en Hacienda no tiene necesidad de proclamarla, porque la proclamamos todos, mientras que la especialidad en asuntos jurídicos tiene S. S. necesidad de comunicárnosla para que la conozcamos. (Risas.- El Sr. Ministro de Gracia y Justicia: Se lo he oído a S. S. con mucho gusto. Recuerdo todavía el día en que S. S. me dijo que yo servía para toda clase de cosas menos para hacendista.) Eso probaría que a pesar de la especialidad financiera del partido conservador, no entendía mucho en achaques de Hacienda. (Risas.)

El Sr. Concha Castañeda, hombre dado al estudio del derecho, empleado dignísimo y antiguo, pero acostumbrado al despacho acompasado y tranquilo del expediente, en Hacienda, en que todo es movimientos, agitación y actividad, y en vísperas de un empréstito tan difícil, como aquel con que se ha inaugurado este Gobierno. Los Sres. Azcárraga y Duque de Tetuán, aunque no tuvieran en su abono otra cosa que el tiempo que vienen desempeñando sus puestos, bien están; continúan con las mismas carteras [3249] que tenían en el Ministerio anterior. El Sr. Montojo, general ilustre de Marina y dignísimo marino, con aptitudes soberbias para mandar un buque, para dirigir una escuadra, para estar al frente de un departamento, pero que como jamás se le ha ocurrido ser Ministro, ni quería serlo, resulta que no viene preparado para ello, viene sin iniciativa, sin pensamiento, sin programa, a Marina, al fin y al cabo, donde no hay nada que hacer.

El Sr. Linares Rivas sirve para todo, incluso para dar disgustos a sus amigos (El Sr. Ministro de Fomento: Lo ha creído S. S. hace mucho tiempo) y producir conflictos al partido en que milita, que mucho hubiera ganado el partido conservador, o por lo menos no hubiera perdido tanto sin su ayuda y sin su compañía. De cualquier modo, sirve para todo; pero como creía que debía ir al Ministerio de Gracia y Justicia estaba preparado, va a Fomento. (El Sr. Ministro de Fomento: Vuelvo a decir que no he creído nunca semejante cosa, y que no se lo he dicho a nadie.) Pero en fin, estaba S. S. preparado para Gracia y Justicia. (Risas.- El Sr. Ministro de Fomento: No, señor. Pero en fin, no soy mudo y le contestaré a S. S. luego.)

El Sr. Elduayen sirve asimismo para todo, incluso para dar disgustos también; no hay más sino que el Sr. Elduayen procura dárselos a los adversarios; pero es intolerante con los adversarios, poco flexible con los amigos, enemigos de reconciliaciones, muy aficionado hoy al reposo y a la libertad, y poco aficionado a las responsabilidades del mando. Pues a Gobernación, donde no hay libertad posible, donde la responsabilidad se encuentra por todas partes y donde la templanza nunca sobra, y siempre es poca la paciencia.

El Ministerio, así formado, auguro que va a dar muchos disgustos a su Presidente; a disgusto por día va a salir el Sr. Cánovas del Castillo. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Hasta ahora?) Y lo siento por S. S., aunque S. s. sea de esto culpable, porque al fin y al cabo, resultado ha de ser de su propia obra; pero es de lamentar también, que ese Ministerio así formado, no sólo va a dar disgustos a S. S., sino que se los dará al país, el cual no puede esperar nada de provecho; y el país no tiene la culpa de la manera como S. S. ha resuelto la última crisis.

No quería decir nada de la crisis parcial, que dentro de la principal y más importante, iniciada por el Sr. Silvela, produjo la salida del Ministerio del anterior Ministro de Marina; porque es tan desgraciado todo lo ocurrido en este punto, que vale más no meneallo. Pero yo no puedo menos de decir algo, siquiera como protesta, de las consecuencias de la salida del Ministerio de Marina del Señor Beránger, cuya inquietud al parecer es tanta, que así como no puede parar ningún partido y se va y se viene de unos a otros con la misma facilidad que se bebe un vaso de agua, así no puede resignarse a permanecer unos cuantos días tranquilo en su casa disfrutando su sueldo, que no es escaso, y descansando de sus quehaceres oficiales, y no sólo consciente, sino que pretende que el Gobierno arroje, para ocuparlo él, de un cargo administrativo, hasta ahora inamovible para los militares, a uno de los más dignos generales y de más limpia y brillante historia del ejército español. Reparad en que al mismo tiempo que hacía eso el Gobierno, destruía aquella proporción equitativa con que constantemente todos los Gobiernos han procurado tener en el alto cuerpo consultivo las fuerzas militares representadas por dos generales de tierra y uno de mar. Pero ¿qué les importa al Sr. Cánovas del Castillo y al Gobierno que preside, semejante consideración, ante los servicios del señor general Beránger? Y repetiré aquí lo que dije antes respecto del Sr. Silvela y del Gobierno de S.M.: yo no sé, con esta medida tan violenta, tan arbitraria, tan injustificada, quién ha quedado mejor, si el Gobierno o el general Beránger; yo creo que los dos han quedado perfectamente iguales. (Aprobación en la minoría.)

El Sr. PRESIDENTE: Habiendo terminado las horas de Reglamento, se va a preguntar al Congreso si se prorroga la sesión.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cánovas del Castillo): La mayoría votará la prórroga si la quiere el Sr. Sagasta.

El Sr. SAGASTA: Yo estoy a la disposición de la mayoría.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cánovas del Castillo): No; la mayoría se pone a disposición del Sr. Sagasta para este caso.

El Sr. SAGASTA: Me parece que será mejor dejarlo para mañana.



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